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A raíz de que los gobiernos se han enfrenta-
do a contingencias sanitarias como el mal de
las “vacas locas” en Europa o la gripe aviar en
Asia. En 2009, México se enfrentó a la contin-
gencia del virus de influenza humana AH1N1,
llamada en un principio de manera equivocada
gripe porcina, lo cual provocó un colapso en el
sector porcícola nacional al dejar de venderse
casi 30 mil toneladas de carne de cerdo, ade-
más de que 20 países decidieron suspender
temporalmente sus importaciones; según lo re-
veló el documento
México: caída del mercado
de carne porcina ante la epidemia de influenza
A/H1N1
del Centro de Estudios de las Finanzas
Públicas (CEFP) de la Cámara de Diputados.
A esta problemática se sumó la caída de 80
por ciento en ventas de la carne de puerco
en territorio nacional, la cual ascendió a dos
mil 500 millones de pesos, reportada por la
Confederación de Porcicultores Mexicanos, a
raíz de esta contingencia. Una situación grave,
debido a que se comprobó que el virus no se
transmitía por comer carne de cerdo, pero el ru-
mor y la falta de información debilitaron un sec-
tor que emplea a 350 mil personas y produce
1.2 millones de toneladas de carne anuales con
un valor superior a los 30 mil millones de pesos,
según datos de la Secretaría de Economía y de
la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Desa-
rrollo Rural, Pesca y Alimentación (Sagarpa).
Anteriormente, el campo mexicano experi-
mentó problemas comerciales con el caso del
tomate contaminado por salmonela que se
enviaba a Estados Unidos, ocasionando que
en un solo mes se dieran pérdidas por alrede-
dor de 100 millones de dólares, lo que repre-
sentaba la décima parte de las exportaciones
anuales del estado de Sinaloa; situación que
afectó al poco tiempo al chile jalapeño.
Este tipo de impactos derivados de las con-
tingencias se pudieron haber reducido o evi-
tado al contar con modelos de negocio que
comprueben el paso de los artículos a través
de cada punto de la cadena de suministro,
hasta que llegan al consumidor final; desde
que el animal nace, es alimentado, vacuna-
do, sacrificado y empaquetado en diferentes
cortes para el punto de venta; o en el caso
de las frutas y verduras desde su proceso de
cultivo, forma de riego, uso de fertilizantes,
recolección y exportación.
Con esto se lograría que los productores
realizaran retiros rápidos y controlados de
los lotes y alimentos infectados, eliminando
grandes pérdidas al sólo destruir el producto contaminado o en mal estado, en
vez de toda la producción.
El reto para las compañías de alimentos y bebidas es cumplir con las legislacio-
nes locales e internacionales; así como asegurar la integridad y seguridad de sus
productos, si quieren continuar o acceder a nuevos mercados y clientes.
Trazando el camino hacia la seguridad alimentaria
Ante los diferentes escenarios a los que se enfrenta la industria de alimentos a
escala mundial, la trazabilidad es la solución para responder de manera efectiva
a las diversas contingencias alimentarias.
La trazabilidad es la habilidad de dejar huella o rastro de los procesos por los
que ha pasado un alimento u objeto con la finalidad de contar con la informa-
ción completa en todas las etapas dentro de la cadena de abastecimiento. Y la
rastreabilidad, es el seguimiento inverso desde el producto o servicio hasta su
producción primaria.
Este proceso brinda visibilidad a cada artículo, desde su creación, pasando por su
fabricación y embarque, hasta llegar al punto de venta o consumidor final; con la
ventaja de consultar la información sobre ese producto, como la forma en que se
cosechó o se crió el alimento, los números de lote, fechas de caducidad, servicios o
ubicaciones, entre otros, dependiendo de los alcances que se le den a este proceso.